Bienvenidos a VAPS - Dos Hermanas
Somos una asociación de padres separados que brindamos y solicitamos ayuda para defendernos de la situación humillante a la que nos vemos sometidos los hombres que hemos sido falsamente denunciados por violencia de género, tenemos dificultades para contactar con nuestros hijos tras la ruptura matrimonial o queremos cambiar la actual normativa vigente que relega al varón a ser un mero pagador de pensiones sin derecho a decidir sobre la educación de nuestros hijos.
VAPS no recibe subvención alguna para garantizar su independencia. Tampoco cobramos en forma alguna nuestros servicios profesionales de ayuda y asesoramiento. Nuestro único interés es la justicia social
¿Qué defendemos?
1. El establecimiento de la custodia compartida en las separaciones y divorcios contenciosos como norma general y sin trabas
2. La persecución de oficio de las denuncias falsas de malos tratos
3. La lucha contra el SAP (Síndrome de Alienación Parental)
4. El apoyo a padres maltratados tanto por sus parejas como por la Administración del Estado
miércoles, 30 de diciembre de 2009
"Feminismo Ibérico" por J.A. Gundín
30 Diciembre 09 La Razón
En las últimas semanas, dos varones audaces han sido reducidos a cenizas en las hogueras de ese feminismo de estricta gobernanta que con una tea en la mano anda a la caza de brujos y heterodoxos. Se trata del escritor Enrique Lynch y del juez de Familia Francisco Serrano, acusados del delito mayor de criticar la Ley de Violencia de Género y la ineficacia de cierto fundamentalismo publicitario montado a su alrededor. Al primero le rindieron honores a su apellido con un linchamiento mediático del que se necesitan años para reponerse. Y al segundo ya le han condenado en juicio sumarísimo sin posibilidad de apelación. No cabe duda de que las fogosas feministas podrán abrasar a los varones no domados, sin embargo no podrán falsear un hecho incontestable: que la Ley de Violencia de Género no ha servido para enfriar el infierno, es decir, para reducir el número de mujeres muertas a manos de sus parejas. Desde su entrada en vigor, hace cinco años, el conteo anual de homicidios se ha mantenido constante, con pequeñas oscilaciones, entre las 90 y el centenar de víctimas. En este año que mañana termina, la trágica suma final superará los 85. Algo básico está fallando, así que, en vez de sacar las uñas contra quienes dudan de la eficacia de la ley, sería conveniente sujetar a las furias del Averno y mirar de frente a los hechos. Tanto Lynch como Serrano, dos cualificados profesionales habituados a tratar con la plastilina de la conducta humana, han alertado sobre los excesos de un feminismo alistado a una guerra santa en la que primero se dispara y luego se pregunta. No hay cuartel para quien esboza una crítica, duda de la discriminación positiva o denuncia los abusos que se cometen al amparo de una ley que convierte al varón en sospechoso. Lo más sorprendente de todo, paradójicamente, es que no sean las propias mujeres las que levanten la voz frente a esos fraudes y malversaciones que restan eficacia a un combate que es de todos. ¿Será porque temen también a las guardianas del género? Es un sarcasmo que al rancio machismo ibérico le sustituya un feminismo revanchista igual de rancio y con la misma denominación de origen.
En las últimas semanas, dos varones audaces han sido reducidos a cenizas en las hogueras de ese feminismo de estricta gobernanta que con una tea en la mano anda a la caza de brujos y heterodoxos. Se trata del escritor Enrique Lynch y del juez de Familia Francisco Serrano, acusados del delito mayor de criticar la Ley de Violencia de Género y la ineficacia de cierto fundamentalismo publicitario montado a su alrededor. Al primero le rindieron honores a su apellido con un linchamiento mediático del que se necesitan años para reponerse. Y al segundo ya le han condenado en juicio sumarísimo sin posibilidad de apelación. No cabe duda de que las fogosas feministas podrán abrasar a los varones no domados, sin embargo no podrán falsear un hecho incontestable: que la Ley de Violencia de Género no ha servido para enfriar el infierno, es decir, para reducir el número de mujeres muertas a manos de sus parejas. Desde su entrada en vigor, hace cinco años, el conteo anual de homicidios se ha mantenido constante, con pequeñas oscilaciones, entre las 90 y el centenar de víctimas. En este año que mañana termina, la trágica suma final superará los 85. Algo básico está fallando, así que, en vez de sacar las uñas contra quienes dudan de la eficacia de la ley, sería conveniente sujetar a las furias del Averno y mirar de frente a los hechos. Tanto Lynch como Serrano, dos cualificados profesionales habituados a tratar con la plastilina de la conducta humana, han alertado sobre los excesos de un feminismo alistado a una guerra santa en la que primero se dispara y luego se pregunta. No hay cuartel para quien esboza una crítica, duda de la discriminación positiva o denuncia los abusos que se cometen al amparo de una ley que convierte al varón en sospechoso. Lo más sorprendente de todo, paradójicamente, es que no sean las propias mujeres las que levanten la voz frente a esos fraudes y malversaciones que restan eficacia a un combate que es de todos. ¿Será porque temen también a las guardianas del género? Es un sarcasmo que al rancio machismo ibérico le sustituya un feminismo revanchista igual de rancio y con la misma denominación de origen.